sábado, 6 de noviembre de 2010

La industria petrolera

Muchas personas siguen pensando que con el petróleo estamos protegidos de todos los males –que somos un país rico- y esta concepción no puede continuar. En este artículo pretendemos señalar algunas cosas sobre la industria petrolera y desmitificar a PDVSA como la “Panacea universal” que proclama el Gobierno venezolano.

En primer lugar hay que señalar que durante el gobierno de Hugo Chávez ha habido una disminución muy marcada de todas las actividades industriales diferentes al la industria petrolera. Esto es una situación muy peligrosa pues hace al país muy –pero muy- sensible a las oscilaciones del precio del petróleo. El país depende de los precios internacionales de un solo producto…. Y no tenemos ningún control sobre esos precios. Por ejemplo, una guerra en Irán puede disparar los precios del petróleo, pero una crisis económica en Europa o Estados unidos –con el consiguiente cierre de industrias- puede derrumbarlo. Si los precios del petróleo llegaran a caer –y esto es impredecible- quedaríamos al borde de la hambruna.

Si a esto sumamos que en los 12 años de Gobierno de Hugo Chávez la producción petrolera no ha aumentado sino que por el contrario ha disminuido (de producir algo menos de 3 millones de barriles diarios pasamos a producir algo menos de 2 millones según cifras de la OPEP) entonces tenemos un panorama muy malo.

Por si esto no fuera poco hay que ir pensando en lo siguiente: En Venezuela se ha explotado el petróleo durante 80 años, y la mayoría de los yacimientos de crudo liviano y mediano (el petróleo “fácil” de sacar) han sido agotados o requieren grandes inversiones tecnológicas para mantener su producción. Lo que queda es petróleo pesado y extra-pesado de la Faja petrolífera del Orinoco cuya explotación es difícil y especialmente costosa…. MUY costosa. Como extraer este petróleo es caro, solo es negocio explotar estos yacimientos cuando los precios del petróleo son muy altos y compensan los gastos de producción, lo cual hace que este petróleo no sea del todo confiable como fuente de ingresos. En una palabra: solo es rentable en determinadas condiciones que escapan a nuestro control.

Y lo que es peor… La industria petrolera venezolana ya no tiene la capacidad técnica de aumentar la producción o de desarrollar las soluciones tecnológicas que eso requiere. Nuestros técnicos y profesionales petroleros se fueron del país tras perder sus trabajos luego del paro petrolero de 2002 y no volverán y los mejores egresados de nuestras universidades han escapado a todos los rincones del mundo buscando un poco de seguridad y un empleo en el que no los obliguen a ir a marchas y contramarchas. Las políticas del Gobierno Nacional han sido muy efectivas para dotar de buenos profesionales al Imperio mismo, a Australia, a España y hasta a Colombia, pero nos han dejado con una industria petrolera operada por “el repele”, lo que queda demostrado en la cantidad de accidentes que a diario ocurren en esas instalaciones.
Además han usado la industria petrolera como caja chica, exprimiéndole dinero al máximo en lugar de invertir en la maquinaria y la formación que se necesita para mantener la industria funcionando. No hay dinero para exploración, ni para comprar nuevos taladros ni para desarrollar nuevos fluidos de perforación o para construir y operar nuevas plantas de inyección de gas sin las cuales la producción petrolera está condenada a caer cada día más; el dinero se invierte en un supuesto “desarrollo social” mal entendido e implementado de una manera aún peor y que solo ha sido efectivo para hacer a nuestro pueblo más dependiente de las dádivas estatales y no para darle a la gente herramientas para surgir de manera independiente.
Pero estamos al borde del precipicio: Europa, Estados Unidos y China investigan activamente en fuentes alternativas de energía para su transporte y su industria. La razón es simple: Nadie quiere depender de países inestables y poco confiables como Irán, Ecuador o Venezuela. Estas investigaciones empiezan a dar resultados: en las calles alemanas empiezan a verse automóviles impulsados por hidrógeno y en las grandes ciudades americanas los carros híbridos son cada vez más comunes; incluso en nuestro vecino Brasil el etanol va sustituyendo a la gasolina. Qué haremos nosotros cuando muestro único producto de explotación sea sustituido por otras alternativas? Nos moriremos de hambre.

Además hay un problema adicional: la población va creciendo. Esto significa en el mejor de los casos que el ingreso petrolero tiene que repartirse entre más personas, con lo cual –lógicamente- a cada persona le toca una menor cantidad.

Estamos condenados? Todavía no, pero hay que actuar con rapidez porque no queda mucho tiempo para maniobrar y si no nos espabilamos cuando lo intentemos será tan tarde que no habrá manera de salir adelante.

Hay que dejar de usar la Industria Petrolera como caja chica y usar el dinero para invertir en exploración, producción y refinación –punto importante del que hablaremos más adelante- y no en importar lavadoras y venderlas con subsidio en Mercal. La industria petrolera tiene que centrarse en la energía y en el petróleo, no en el desarrollo social y la razón es simple: si la industria petrolera colapsa no habrá NINGUN desarrollo social. Hay que sincerar la nómina de PDVSA a números razonables (hoy en día produce un millón de barriles menos que en 1999 pero tiene cerca de 70 mil empleados más que en ese entonces) y hay que invertir en la formación de la nueva generación de trabajadores.

Por otra parte Venezuela tiene que finalmente empezar a implementar el salto de país vendedor de petróleo a país vendedor de productos terminados basados en petróleo. En primer lugar los productos terminados tienen mayor valor agregado y se pueden vender a mejores precios en el mercado internacional, segundo lugar hay miles de productos terminados que podemos hacer – desde olefinas hasta farmacéuticos pasando por caucho, resinas, textiles, plásticos, gases industriales, ácido sulfúrico y mucho mas- y ampliar la gama de productos que vendemos hará a nuestro país menos sensible a las variaciones del precio del petróleo y ampliar nuestra cartera de clientes. En tercer lugar, esto permitirá crear trabajo honesto y PRODUCTIVO a miles de personas en el país y ayudará a frenar el éxodo de venezolanos preparados y en cuarto lugar permitirá ir –paulatinamente- sustituyendo algunos productos importados por productos nacionales lo cual se traducirá en una mejora de la balanza comercial nacional.
Por otra parte, tenemos que definitivamente empezar a usar el gas natural para nuestro beneficio en lugar de quemarlo o regárselo a Argentina. Las alternativas son muchas, pero algunas de las más atractivas son usarlo como materia prima para hacer olefinas y metanol (la base para hacer plásticos y productos farmacéuticos), usarlo en plantas térmicas para suministrar electricidad a nuestras ciudades –además, el dióxido de carbono producido puede inyectarse en pozos petroleros para aumentar su producción y evitar que actúe como gas invernadero, técnica que se empieza a usar en Australia y muestra resultados más que promisorios- o empezar un plan serio de sustitución de gasolina por gas natural o gas licuado, lo cual permitiría reducir la contaminación en nuestras ciudades y liberar combustibles líquidos que se pueden exportar o a los que se le pueden dar otros usos.

Por otra parte, hay que empezar a invertir en energía alternativas. No hay ninguna razón –aparte de la estupidez- para que Venezuela no se convierta en un líder en la venta de energías “limpias” como el Etanol, la biomasa, o suplidor de equipos relacionados con energía solar y eólica. Las grandes empresas petroleras como la BP y Shell están invirtiendo en este sector y es un segmento del mercado cada vez más importante en el que no nos deberíamos quedar atrás. PDVSA puede –y debería- tener campos eólicos y fotovoltaicos que generen energía limpia para los venezolanos, y podría producir etanol suficiente para impulsar la industria química del país y vender como combustible a nuestros vecinos y mas allá.

Finalmente, nuestra industria petrolera debería ampliar sus redes de distribución en el exterior –no venderlas a precio de gallina flaca como se hace ahora-. La razón es obvia: Esas redes son el mecanismo para poner nuestros productos en manos de los consumidores de los países con más alto consumo energético a nivel mundial, que al fin y al cabo son quienes le dan al país cada céntimo que gastamos.

Todavía queda tiempo… pero no mucho. Si no actuamos ahora, las consecuencias no solo las pagaremos nosotros. Las pagarán nuestros hijos, nuestros nietos y mas allá. Tenemos el poder de cambiar el futuro… y hay que hacerlo ya, porque el futuro está llegando.